Marco conceptual

Las personas somos narrativas. Necesitamos verbalizar nuestras experiencias y las emociones en ellas sentidas. Para cumplir los requisitos de esta exigencia, el género humano creó el lenguaje, herramienta con la que elevarse por encima del resto de las criaturas, poder acceder a lo más profundo del misterio humano contemplado en el interlocutor, y con la que construir espacios de convivencia.

Así, los pueblos resultan reconocibles a través del conjunto de narraciones que constituyen lo que denominamos cultura; o, mejor dicho, la selección de aquellos relatos que, por su relevancia, merecen la pena ser conservados y testimoniados. Así, la narración se constituye en elemento identitario que permite la evolución de los sujetos y de sus grupos de pertenencia.

Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros. Y Dios, en su infinito amor, adoptó las coordenadas en las que se desarrolla la existencia humana para, encarnándose, mostrar su proyecto de amor hacia la persona creada, a su imagen y semejanza.

La fe, como experiencia verbalizada, narrada, testimoniada, se convierte, así, en cauce narrativo de salvación a través del que se manifiesta la voluntad de Dios. En la cultura semita, esta dinámica es mostrada como elemento originario de la experiencia religiosa: mi padre era un arameo errante (Dt 26,5). De forma que la experiencia vivida, en la que se fundamenta la Alianza, sea un regalo para toda persona.

La Iglesia de Pentecostés perpetúa esta vocación de conservar con fidelidad las narraciones recibidas que precisan ser transmitidas bajo el impulso y la inspiración del Espíritu.

El sentido de un catecismo

Las narraciones parten de la subjetividad y conviven con la tentación de no ser capaces de abandonar este escenario. Sin embargo, en ocasiones, las narraciones confluyen en puntos que se erigen como comunes y que se ofrecen como hito en la búsqueda de sentido. Se trata de experiencias que, por su universalidad, parecen dar respuesta al interrogante más profundo de la persona humana. Las narraciones dan lugar, de esta forma, a las categorías.

Desde ellas era posible emprender un nuevo proceso igualmente necesario: establecer el diálogo con la cultura para mostrar la racionalidad y credibilidad de la fe, para dar razón de la esperanza. Los catecismos surgen, por este proceso, como «cofres» capaces de albergar los bienes más preciados, aquellas categorías que, procedentes de las experiencias de fe narradas, son capaces de trascender los escenarios culturales y contextos, y en busca de la eternidad que es capaz de acercarse a Dios y proporcionar certezas ante las inseguridades humanas, fundamentar la esperanza del creyente.