Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo
Los Profesores Nurya Martínez y Gabino Uríbarri comentan la devoción y culto al Sagrado Corazón de Jesús, tema central de la cuarta Encíclica del Papa Francisco
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24 de octubre de 2024
La IV Encíclica del Papa Francisco, titulada Dilexit nos, Carta encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, ve la luz hoy jueves, 24 de octubre de 2024, en el contexto de la celebración de los 350 años de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita Alacoque.
La Profesora de la Facultad de Teología, Nurya Martínez-Gayol, comenta:
¿Tiene sentido una encíclica dedicada al Corazón de Jesús en este momento Histórico?
Creo que sí, y mucho.
A pesar de que, como todo movimiento del Papa Francisco, también ese vaya a desatar retractores, defensores e indiferentes, y posiblemente un número no pequeño de asombrados.
En medio de una guerra (en Ucrania) que no parece tener fin, de la crisis de Gaza y en medio oriente, de la expectación por las elecciones en Estados Unidos, de la cuestión acuciante de la migración… Muchos se harán la pregunta ¿qué sentido tiene una Encíclica dedicada al Corazón de Jesús?
Pienso que no tardaremos mucho en descubrirlo. En cuanto podamos adentrarnos en sus páginas. Y sospecho que todos quedaremos un tanto descolocados. Los que piensan que ya era hora que el Papa diera importancia a esta devoción y tradición de la Iglesia, refrendándola; los que se enfadan pensando que al apoyarla está defendiendo a los partidarios del estatus quo, y de una devoción que se ha tornado anacrónica en nuestro hoy. Pero también descolocará a los indiferentes, porque posiblemente eso hará, sacudir nuestra indiferencia… No desde una novedad insospechada, sino rescatando lo mejor de nuestra tradición cristiana, aquello que está oculto dentro de un Corazón, un Corazón traspasado, un Corazón humano-divino, un Corazón que es un símbolo que nos adentra en el Misterio
El papa Francisco se pone en continuidad con los últimos Papas, a los que ha preocupado la cuestión del Corazón de Jesús. En el caso del magisterio de Juan Pablo II sobresalen como especialmente importante, su comprensión de la reparación en el marco del culto al Corazón de Cristo, algo que pertenece a las raíces más antiguas de la espiritualidad reparadora, pero que adquiere aquí un valor especial al identificar el Corazón de Cristo con el corazón de la Iglesia.
“Se trata aún hoy de guiar a los fieles para que contemplen con sentido de adoración el misterio de Cristo, Hombre-Dios, a fin de que lleguen a ser hombres y mujeres de vida interior, personas que sientan y vivan la llamada a la vida nueva, a la santidad y a la reparación, que es cooperación apostólica a la salvación del mundo; personas que se preparen para la nueva evangelización, reconociendo que el Corazón de Cristo es el corazón de la Iglesia: urge que el mundo comprenda que el cristianismo es la religión del amor”[1].
Este enfoque será también subrayado en la breve carta que dirigió a los jesuitas (1986) –para confiar de nuevo a la Compañía de Jesús la renovación en la Iglesia de la devoción al Corazón del Redentor–. Aquí hace explícita su comprensión sobre lo que él llama “la verdadera reparación que pide el Corazón del salvador”:
“El corazón del hombre debe aprender del Corazón de Cristo a conocer el verdadero sentido de su vida y de su destino, a comprender el valor de la vida auténticamente cristiana, a guardarse de ciertas perversiones del corazón y a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo…”. “De esta forma, –y ésta es la verdadera reparación que pide el Corazón del Salvador– sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá ser construida la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo"[2].
De ahí que la "verdadera reparación" querida por el Salvador haya que ponerla, más que en fórmulas piadosas o en sacrificios arbitrarios, en la solidaridad con la obra redentora y liberadora de Cristo para restablecer la imagen de Dios impresa en el ser humano y para implantar “la civilización del amor”.
En el caso de Benedicto XVI, ciertamente ni el Corazón de Jesús, ni la reparación han sido temas prioritarios en su pontificado. No obstante, su comprensión de los mismos está vinculada con cuestiones que sí han aparecido como nucleares en su pensamiento y en sus primeras encíclicas, tales como el amor, el sufrimiento, la justicia o la esperanza. De ahí que retome la línea de su predecesor y en la Encíclica: Spe salvi, afronte la cuestión del Corazón
En mi primera encíclica, sobre el tema del amor, el punto de partida fue precisamente la mirada puesta en el costado traspasado de Cristo, del que habla san Juan en su evangelio (cf. Jn 19, 37; Deus caritas est, 12). Y este centro de la fe es también la fuente de la esperanza en la que hemos sido salvados, esperanza que fue objeto de mi segunda encíclica. Toda persona necesita tener un “centro” de su vida, un manantial de verdad y de bondad del cual tomar para afrontar las diversas situaciones y la fatiga de la vida diaria. Cada uno de nosotros, cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón, sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe y, sin embargo, mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo. (1 junio 2008)
Y de la reparación con una invitación explícita a estudiar y profundizar este tema, consciente de las “dificultades” que se siguen de un cierto tipo de devoción que la espiritualidad reparadora ha promovido, y en la que –según el pontífice– “había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas”[3]. Pero las dificultades no deben frenar, sino más bien ser un aliciente para repensar y recuperar, renovado, el sentido y la riqueza profunda de este concepto. Por ello Benedicto XVI amplía esta invitación al campo de la reflexión teológica:
“La teología debería hacer más para comprender aún mejor esta realidad de la reparación. A lo largo de la historia no han faltado ideas equivocadas”[4].
Y el Papa prosigue, reconociendo de nuevo la necesidad de profundizar en esta cuestión de la reparación y en la de su lenguaje. He aquí otro gran reto para la reflexión teológica:
“Aún no poseemos suficientemente el lenguaje para comprender nosotros mismos este hecho y para hacerlo comprender después a los demás”.
Por lo tanto, no parece que estemos ante un tema secundario, o ante una cuestión que solo cobra importancia al estar vinculada a la devoción personal de un Papa. Estamos ante una cuestión central de nuestra fe puesto que el Corazón traspasado de Jesús es el símbolo más elocuente de un Dios que es Amor, que se nos revela en un Corazón humano, que desea entrar en diálogo con nosotros: Corazón a corazón, que nos salva en un Corazón atravesado en la Cruz, y que nos envía a “sanar los corazones” rotos y heridos de nuestro mundo, a repararlo y a retornar con todo lo Creado al Corazón de Dios.
Es el reconocimiento agradecido de ese amor hasta el extremo, contemplado en el corazón abierto del crucificado, el que ha apasionado a lo largo de la historia a hombres y mujeres y los ha lanzado a las brechas del mundo y de la historia, hasta dejar en ellas la vida… para dar vida. Quisiera por eso, terminar con unas palabras del P. Arrupe. En los Ejercicios que hizo el año de su nombramiento como prepósito general de la Compañía de Jesús, escribía, que para él la imagen personal de Jesús más significativa era la del Cristo reparador. Tal vez por esta razón adquieren más sentido las palabras que legó en su discurso-testamento:
"Si queréis, como personas y como Compañía, entrar en los tesoros del Reino y contribuir a edificarlo con extraordinaria eficacia, haced como los pobres a quienes deseáis servir. Tantas veces repetís que los pobres os han enseñado más que muchos libros: aprended de ellos esta lección tan sencilla: reconoced mi amor en mi Corazón" (P. Arrupe, Un último consejo a la Compañía: En él solo la esperanza)
[1] Juan Pablo II, El cristianismo, religión del amor. Mensaje de Juan Pablo II en la fiesta del Sagrado Corazón, Varsovia 11 de junio de 1999 en el Centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII. Los subrayados son nuestros.
[2] El 5 de octubre 1986, Juan Pablo II al entonces general de los jesuitas: el P. Peter Kolvenbach.
[3] Benedicto XVI, Encíclica Spe Salvi, nº 40 (en adelante SS).
[4] Ib., Alocución al clero de Roma (22 febrero 2007): Ecclesia 3353, (17 de marzo 2007) 31-32.
Por otro lado, el Profesor Gabino Uríbarri, SJ concluye:
La vida cristiana se puede describir con estas bellísimas palabras del autor de la carta a los efesios, en las que da rienda suelta a los sentimientos más profundos de su corazón apostólico:
“Por eso, doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la Plenitud de Dios” (Ef 3,14-19).
Como se puede apreciar el texto es de cuño claramente trinitario. El corazón traspasado de Jesús ha sido quien nos ha permitido y posibilita otear y vislumbrar la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Dios y de su propio corazón. No solamente esto, sino que por la acción del Espíritu nos concede estar “arraigados y cimentados”, enraizados y fundamentados, habitar dentro de la dinámica amorosa del corazón de Dios. Así, el corazón humano colma plenamente su sed, se diviniza, se convierte en intérprete e instrumento del amor del corazón de Dios, se cristifica plenamente y, al cristificarse, se humaniza en toda verdad llenándose de la Plenitud de Dios. Ante este corazón abierto y su sed de darnos su amor, para que alcancemos nuestra propia plenitud, solo cabe abrirle el nuestro y entregárselo para que disponga a toda su voluntad.
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