Janusz Korczak, educador
Empecemos por el final. Janusz Korczak muere a los 63 o 64 años a primeros de agosto (probablemente el 5) en el campo de exterminio de Treblinka junto a 200 niños del orfanato del gueto de Varsovia, la subdirectora Stefania Wilczynska y otros educadores. No está claro si su padre, abogado, registró su nacimiento el 22 de julio de 1878 o de 1879. Había decidido acompañar a los niños hasta el final, descartando la posibilidad de salvarse que le ofrecieron varias veces. En su Diario, escrito en el gueto en los cuatro últimos meses de su vida (mayo-agosto de 1942), sostiene que “nacer y aprender a vivir es un trabajo difícil. Me queda por delante otra tarea mucho más fácil: morir. [...] ¡Qué dura es la vida y qué fácil es morir!” (Korczak, 2018, pp. 135 y 137). ¿Por qué vivió Korczak? ¿Qué ideales guiaron su vida?.
Se llamaba en realidad Henryk Goldszmit, pero adoptó desde 1901 el seudónimo de Janusz Korczak tras leer una obra de teatro de un autor polaco del siglo XIX cuyo protagonista tenía ese nombre. Su familia disfrutaba de una buena posición económica hasta la muerte de su padre en 1896, tras una larga enfermedad, lo que le obligó a colaborar económicamente en el mantenimiento del hogar. Siendo un judío polaco, creció en un ambiente de cultura y costumbres polacas, en el entorno del positivismo social por un lado y de la “ilustración” judía por otro, algo que se refleja bien en sus escritos, en su interpretación de la vida y en su acción pedagógica. A finales del siglo XIX y principios del XX, el Reino de Polonia depende de la autoridad imperial rusa y los intelectuales polacos se sienten constreñidos por un estado despótico que lleva al país a estar en la cola de Europa y les impide gestionar bien sus asuntos. En esta línea, Korczak critica, en un artículo escrito en 1904, la ausencia de fondos para enviar a más de 2000 niños a colonias de vacaciones, para difundir folletos sobre higiene o para mejorar el servicio de ambulancias (Kicinska, 2021, p. 3). En esa época, Varsovia conserva su carácter multiétnico y multirreligioso, con un 55% de católicos y un 40% de judíos.
Un hombre polifacético
Estudia medicina en la Universidad de Varsovia y se gradúa en 1905, año en el que es enviado al frente de la guerra ruso-japonesa (1905-1906); participa también como médico militar en la I Guerra Mundial (1914-1918) en Ucrania e igualmente en la guerra ruso-polaca (1919-1920). Tras licenciarse como médico pediatra trabaja hasta 1912 en el Hospital Judío Berson para Niños y en ese periodo realiza estancias de formación práctica en instituciones de Berlín, París y Londres. Como pediatra se dedica al principio a la medicina privada de niños de la clase social alta, algo que aprovecha para poder atender simultáneamente a niños más necesitados: “Por las consultas matutinas en las casas de gente acomodada me hacía pagar de tres a cinco rublos. ¡Vaya descaro! […] Los honorarios de un catedrático de Medicina. Y yo era un médico residente, un sufrelotodo, el Ceniciento del hospital Berson” (Korczak, 2018, p. 84). Trabaja también como especialista en la Compañía de Seguros de Salud y en la Corte Regional que juzgaba casos de niños. En los meses de verano de 1904, 1907 y 1908 participa como educador en colonias de vacaciones para niños judíos y polacos. Reflexiona sobre esta experiencia en el tercer capítulo de su libro Cómo hay que amar a un niño, publicado por primera vez en 1920 y escrito por las noches en el hospital en el que estaba durante la I Guerra Mundial, “bajo el ruido atronador de la artillería”, según él mismo confiesa (p. 118).
Henryk Goldszmit escribía constantemente ya desde su época de estudiante. Desde 1900 publica en periódicos y revistas nacionales numerosos artículos sobre temas sociales, educativos y médicos. En 1926 comenzó a dirigir el suplemento semanal La pequeña revista, dirigido a jóvenes y niños, que aparece con el diario Nuestro periódico (Nasz Przeglad). Como “periodista”, se calculan en más de mil los textos redactados para alrededor de 120 publicaciones periódicas, aunque también escribió novelas y ensayos destinados a adultos y niños. Como “escritor” propiamente dicho, su última obra, Diario del gueto, fue publicada tras su muerte, pero antes ya se había manifestado como un autor fecundo. A los 17 años empezó a escribir El suicidio, manuscrito no conservado y que surge a raíz de la enfermedad de su padre. En 1901 aparece la novela Niños de la calle y en 1906 lo hace El niño de salón, que fue muy reconocida. Entre sus ensayos cabe destacar, además del ya mencionado Cómo hay que amar a un niño, Si yo volviera a ser niño (1926); El derecho del niño al respeto (1929), dirigido a los adultos y Las reglas de la vida (1930), cuyos destinatarios son los jóvenes. La más conocida de sus novelas para jóvenes es El rey Matías I (1923), una fábula moral en la que un niño ha de hacerse cargo de un país tras la muerte de su padre el rey. La variedad de los temas de su interés puede apreciarse, por ejemplo, en el relato autobiográfico La confesión de una mariposa (1914), en el libro de plegarias A solas con Dios. Oraciones de los que no rezamos (1922) y en la obra de teatro El senado de los locos (1931), estrenada en Varsovia con bastante éxito. Contamos en total con una treintena de libros suyos y unos 60 textos de menor extensión.
A sus facetas anteriores hay que añadir su compromiso social, su actividad en la radio y su dedicación a la docencia. Su militancia social se concretó en la colaboración con la Sociedad de Beneficencia de Varsovia, en la Sociedad Higiénica y en la Sociedad de Cultura polaca, así como en el Departamento de Cuidadores de Niños en el Comité Central de los Sindicatos y en varios comités educativos y sociales que se ocupaban del cuidado de niños en general y de huérfanos. En su Diario, confiesa que “nunca he militado en un partido político. Mantuve contactos estrechos con varios políticos del movimiento clandestino” (Korczak, 2018, p. 161). Durante los años 1934-1935 y 1938-1939 dirigió un programa en la Radio Polaca, Charlas del Viejo Doctor, en el que construía sus intervenciones a partir de las cartas que recibía de sus oyentes, escuchándoles y entrando en diálogo con ellos. Como profesor, finalmente, impartió clases de psicología y de educación en el Instituto Nacional de Educación Especial, en la Universidad Libre de Polonia y en el Seminario Nacional para Profesores de Religión Judía, entre otros centros.
Korczak educador*
Todas las actividades desarrolladas por Korczak a lo largo de su vida están impregnadas de una vocación educativa centrada en el desarrollo al máximo de los niños y especialmente de los más pobres, cultural y económicamente. En su Diario recuerda lo poco interesantes que le parecían las escuelas de Varsovia (en parte por las imposiciones rusas); en Las reglas de la vida, cuando habla de la escuela, se acuerda de una regla de madera que utilizaban en las escuelas de Manchuria (China) cuando él estuvo allí en la guerra ruso-japonesa, pero reconoce que las escuelas de ese ayer ya no son como las de ahora en su tiempo, y en Si yo volviera a ser niño recuerda que de pequeño soñaba con ser maestro y que había que construir una escuela. Ya desde joven pensaba en la educación como medio privilegiado del cambio personal y sobre todo social.
Su acción educativa más específica se desarrolla en los dos orfanatos que regenta en Varsovia. Desde 1912, durante 30 años con la excepción del intervalo de la guerra en 1914-1918, dirige el internado Dom Sierot (Casa de Huérfanos) junto con Stefania Wilczynska, graduada en Ciencias Naturales en Bélgica y educadora jefe del orfanato. Korczak colaboró también desde 1919 en Nasz Dom (Nuestra Casa), residencia liderada por Maria Falska, situada inicialmente en la ciudad de Pruszków y desde 1928 en Varsovia. El 1 de septiembre de 1939 los alemanes invaden Polonia. En octubre de 1940 los nazis recluyen a la población judía en el gueto de Varsovia, donde son trasladados también los huérfanos. Al año siguiente se reduce el territorio del gueto en el que vivían más de 400 000 personas con una ratio de 7 personas por habitación. El orfanato debe moverse otra vez a un edificio más pequeño. En este periodo del confinamiento, Korczak es arrestado y encarcelado en dos ocasiones: una por reclamar un camión de patatas para los niños que les habían sustraído los alemanes y otra por negarse a llevar el brazalete de judío. En 1942, ya bastante enfermo, recibe el encargo de ocuparse además de otro “orfanato” con 600 internos, al que él llama “matadero de niños” por las condiciones en que se encuentran y porque los fallecidos han llegado a ser 96 en el mes anterior a él hacerse cargo (Korczak, 2018, p. 179).
Su amor por la infancia permea todas sus acciones. Partiendo de la idea de que un niño no es alguien que llegará a ser persona, sino que ya lo es, sostiene que es sujeto de derechos lo mismo que los adultos: derecho a ser respetado, a la salud, a confiar en él, a ser quien es él mismo o ella misma, a que se tenga en cuenta su tristeza, a la educación, a morir prematuramente, entre otros. Korczak se alinea con estos pensamientos con su coetánea Eglantyne Jebb (Save the Children Fund), impulsora de la primera carta de derechos del niño conocida como Declaración de Ginebra (1923), a la que seguirán la de 1959 y la de 1989, ambas de las Naciones Unidas.
Su concepción pedagógica se ve plasmada especialmente en la organización de los orfanatos. La vida en el internado pretendía capacitar a los residentes para que fueran ciudadanos de pleno derecho en la sociedad. Por ello, se potenciaba la autonomía, la participación, la expresión de las ideas y la justicia (Pombo Sánchez, 2017). Un buen orfanato debía disponer de un buen edificio bien diseñado para tal fin y contar, para cien niños, al menos con una encargada de la casa, una educadora, un jardinero y una cocinera (Korczak, 1976, p. 269). Los niños colaboraban en la redacción de las reglas por las que habían de regirse y también en algunas tareas de mantenimiento y de gestión. El parlamento, formado por veinte diputados, se encargaba de recibir los deseos y propuestas de los residentes que podían ser convertidas en leyes que debían cumplir tanto niños como adultos; determinaba algunos días especiales en el calendario y concedía el derecho a las postales del recuerdo, una especie de condecoraciones en forma de tarjetas otorgadas por buenas acciones, como reconocimiento de algo, como homenaje o como despedida. El tribunal de los compañeros es, para Korczak, “el punto de partida para una igualdad de derechos entre los niños, para una regulación constitucional y para una declaración nominal de los derechos infantiles” (1976, p. 286). Los jueces eran elegidos entre los niños de 12 a 14 años que no hubieran tenido litigios en la semana anterior y la norma que regulaba sus decisiones era que lo mejor es perdonar, pero se debe cuidar a la vez que haya orden. En los artículos 1 al 99 del código del tribunal, no se observa delito y no hay hecho delictivo. Los diez artículos que van del cien al mil (de cien en cien) describen de forma progresiva amonestaciones y castigos que acaban en la expulsión del orfanato (art. 1000), algo que ocurrió cuatro veces en cuarenta años. Este tribunal, por el que el propio Korczak tuvo que pasar en cinco ocasiones, trató unos 3500 casos denunciados en dos años.
La existencia de un periódico en una organización pedagógica era considerada como un medio documental de enseñanza con un valor inestimable y no tenerlo era algo así como marchar en el vacío, sin orden ni esperanza. Se trataba de unas hojas sueltas que se sacaban semanalmente en las que se publicaban acuerdos, problemas y reclamaciones en forma de nota, artículo o editorial. Se leían en voz alta cada semana. Además de este canal de comunicación, se disponía de un buzón de cartas en el que se recogían por escrito preguntas, peticiones, quejas, disculpas o demandas de los niños dirigidas a los educadores. Por este medio los niños aprendían a esperar una respuesta, a distinguir qué se echa al buzón y qué no, y a pensar y fundamentar razonadamente algo. Junto a estos elementos esenciales para el funcionamiento de la organización, Korczak utilizó otros dispositivos educativos: la estantería con diccionarios, planos de la ciudad, juegos de uso libre, biblioteca con los cuadernos de los niños…; el armario de los objetos encontrados, donde se podían recuperar las bagatelas individuales perdidas con un alto valor sentimental;la tienda de las baratijas, una habitación en donde se ponían a la venta o se dejaban gratis, por unas horas, útiles necesarios para la vida diaria o, por no alargarnos más, el tablón de anuncios.
Korczak se había formado como médico pediatra y había ampliado sus estudios con estancias en el extranjero. En sus obras menciona varias veces que era un apasionado lector, nombrando en ellas a algunos de los autores que más le impactaron, una nómina no pequeña: Rousseau, Pestalozzi, Fröbel, Makarenko, Montessori (de quien es coetáneo), Pasteur, Da Vinci, Mendel, Shakespeare, Víctor Hugo, Chéjov… y Tagore, de quien hace representar a sus niños en el orfanato la breve obra El cartero del rey diecisiete días antes de ser llevados a Treblinka. Al conocimiento adquirido por la formación básica y por sus lecturas, Korczak añade su espíritu científico de observador atento de la realidad. Sus obras están repletas de reflexiones elaboradas a raíz de una mirada cuidadosa y sistemática de todo aquello que experimenta con su vida, de una observación, cuestionamiento de hechos y acontecimientos a veces rutinarios e intrascendentes para los demás. Ver y registrar como método para comprender mejor al ser humano, sea en su dimensión física, social, educativa o psicológica. Y para comprenderse mejor a sí mismo.
Gracias, viejo Doctor, por haber vivido tan intensa y coherentemente para favorecer el desarrollo pleno de cada niño, de cada niña, de cada ser humano con los que te encontraste. Lo difícil, decías, no es morir por una idea, sino vivir por ella.
Dr. D. Juan Carlos Torre Puente
Universidad Pontificia Comillas
Escuni, Centro de Enseñanza Superior (Madrid)
*Torre Puente, J.C. (2024), Janusz Korczak, educador. Revista Padres y Maestros, n. 400, p.55-66
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Janusz Korcsak, pedagogue
Let us begin at the end. Janusz Korczak died at the age of 63 or 64 in early August (probably on the 5th) in the Treblinka extermination camp, together with 200 children from the Warsaw ghetto orphanage, the deputy director Stefania Wilczynska, and other educators. It is unclear whether his father, a lawyer, registered his birth on July 22, 1878, or 1879. He had firmly decided to accompany the children until the very end, rejecting the possibility of saving himself, which he was offered several times. In his Diary, written in the ghetto during the last four months of his life (May–August 1942), he maintains that “to be born and to learn how to live is a hard task. Ahead of me lies a much easier one: to die. [...] How harsh life is, and how easy it is to die!” (Korczak, 2018, pp. 135 and 137). Why did Korczak live? What ideals guided his life?
His real name was Henryk Goldszmit, but since 1901 he adopted the pseudonym Janusz Korczak after reading a play by a 19th-century Polish author in which the protagonist bore that name. His family enjoyed a comfortable economic position until his father’s death in 1896, after a long illness, which forced him to help support the household financially. Being a Polish Jew, he grew up surrounded by Polish culture and customs, amidst social positivism on the one hand and the Jewish “Enlightenment” on the other, something reflected in his writings, in his outlook on life, and in his pedagogical work. At the turn of the 20th century, the Kingdom of Poland depended on Russian imperial authority, and Polish intellectuals felt constrained by a despotic government that left the country lagging behind Europe and prevented them from managing their affairs properly. In this vein, in an article written in 1904, Korczak criticized the lack of funds to send more than 2000 children to summer camps, to publish hygiene pamphlets, or to improve ambulance services (Kicińska, 2021, p. 3). At that time, Warsaw retained its multiethnic and multireligious character, with 55% Catholics and 40% Jews.
A multifaceted man
He studied medicine at the University of Warsaw and graduated in 1905, the same year he was sent to the front in the Russo-Japanese War (1905–1906). He also served as a military physician during World War I (1914–1918) in Ukraine, and again during the Polish-Soviet War (1919–1920). After qualifying as a pediatrician, he worked at the Jewish Berson Children’s Hospital until 1912, during which time he also undertook practical training stays in institutions in Berlin, Paris, and London. As a pediatrician, he initially treated the children of wealthy families in private practice, which enabled him to simultaneously care for children in need: “For the morning house calls to wealthy homes I would charge three to five rubles. What shamelessness! […] That was the pay of a Professor of Medicine. And I was just a resident doctor, a drudge, the Cinderella of the Berson Hospital” (Korczak, 2018, p. 84). He also worked as a specialist for the Health Insurance Company and as advisor to the Regional Court in cases involving children. During the summers of 1904, 1907, and 1908, he served as counselor at holiday camps for Jewish and Polish children. He later reflected on this experience in the third chapter of his book How to Love a Child, first published in 1920 and written at night in a hospital during World War I “amid the deafening thunder of artillery fire,” as he himself confessed (p. 118).
Literary and journalistic work
Henryk Goldszmit had been writing constantly since his student days. From 1900 onward, he published numerous articles on social, educational, and medical issues in national newspapers and journals. In 1926, he began to edit the weekly supplement The Little Review, directed toward children and young people, which was published with the daily Our Newspaper (Nasz Przegląd). As a “journalist,” he wrote over a thousand texts for about 120 periodicals, though he also authored novels and essays for both adults and children. As a “writer” in the proper sense, his last work, Ghetto Diary, was published posthumously, but he had already proven a prolific author. At age 17, he began to draft Suicide, a manuscript that has not survived, born out of his father’s illness. His 1901 novel Children of the Streets was followed by The Child of the Salon in 1906, which gained significant recognition. Among his essays, aside from the already-mentioned How to Love a Child, highlights include If I Were Again a Child (1926), The Child’s Right to Respect (1929), addressed to adults, and Rules of Life (1930), aimed at young readers. His best-known novel for young people is King Matt the First (1923), a moral fable in which a child must govern a country after the death of his father, the king. The breadth of his interests also appears in his autobiographical piece The Confession of a Butterfly (1914), in the prayer book Alone with God. Prayers of Those Who Do Not Pray (1922), and in the play Senate of Madmen (1931), staged in Warsaw with considerable success. Altogether, about 30 books by him and some 60 shorter texts are preserved.
Social commitment and teaching
To his medical and literary work must be added his social engagement, his activity in radio, and his teaching vocation. His social activism included collaboration with the Warsaw Charity Society, the Hygiene Society, and the Polish Culture Society, as well as with the Department of Childcare in the Central Trade Unions Committee and with various educational and social committees dedicated to children and orphans. In his Diary he acknowledges: “I never belonged to any political party. I maintained close contacts with several politicians from the underground movement” (Korczak, 2018, p. 161). Between 1934–1935 and 1938–1939, he hosted a program on Polish Radio, Talks of the Old Doctor, in which he based his broadcasts on letters from listeners, engaging in dialogue with them. Finally, as a professor, he taught psychology and education at the National Institute of Special Education, the Free University of Poland, and the National Seminary for Jewish Religious Teachers, among other institutions.
Korczak the educator*
All of Korczak’s lifelong work is marked by an educational vocation centered on maximizing the development of children, particularly those most disadvantaged, both culturally and economically. In his Diary he recalled how uninteresting Warsaw schools seemed to him (partly because of Russian impositions). In Rules of Life, when discussing school, he remembered a wooden rule used in Manchurian schools (China) when he was there during the Russo-Japanese War, but he admitted that schools of his present time were no longer those of his youth. In If I Were Again a Child he recalls dreaming as a boy of becoming a teacher and of building a school. From his youth, he conceived of education as the privileged means of personal, and above all social, transformation.
His most specific educational work took place in the two orphanages he directed in Warsaw. From 1912, for 30 years except during the interruption of World War I, he ran the Dom Sierot (House of Orphans), together with Stefania Wilczynska, a graduate in Natural Sciences in Belgium and head educator of the orphanage. Since 1919, Korczak also collaborated with Nasz Dom (Our Home), initially located in Pruszków and from 1928 in Warsaw, under the leadership of Maria Falska. On September 1, 1939, Germany invaded Poland. In October 1940, the Nazis confined the Jewish population in the Warsaw ghetto, transferring the orphans there as well. The next year the size of the ghetto was reduced, crowding more than 400,000 people with an average of seven individuals per room. The orphanage had to relocate again to a smaller building. During this period of confinement, Korczak was arrested twice: once for demanding the return of a potato delivery stolen from the children by the Germans, and another time for refusing to wear the Jewish armband. In 1942, already in poor health, he was entrusted with the care of another “orphanage” with 600 children, which he called a “slaughterhouse of children,” given the dreadful conditions and the fact that 96 had died in the month before he took charge (Korczak, 2018, p. 179).
Pedagogical philosophy
His love for childhood permeated all his work. Starting from the idea that a child is not someone who will become a person, but already is one, he insisted that children are subjects of rights just like adults: the right to respect, to health, to be trusted, to be oneself, to have one’s sadness acknowledged, to education, and even to premature death, among others. His ideas aligned with those of his contemporary Eglantyne Jebb (Save the Children Fund), proponent of the first charter of children’s rights, the Geneva Declaration (1923), later followed by the 1959 and 1989 Declarations of the United Nations.
This pedagogical vision was especially embodied in the organization of the orphanages. Life there was structured to prepare children to become full citizens in society. Autonomy, participation, free expression of ideas, and justice were fostered (Pombo Sánchez, 2017). An orphanage, according to Korczak, required a properly designed building, and for 100 children it needed at least a housekeeper, an educator, a gardener, and a cook (Korczak, 1976, p. 269). The children collaborated in drafting the rules, in performing some maintenance and organizational tasks, and in participating in democratic bodies. A parliament of 20 deputies received the wishes and proposals of the residents, which could be turned into rules binding for both children and staff. It also designated special calendar days and awarded “memory postcards,” symbolic decorations acknowledging good deeds, given as honors or farewells. The children’s court, for Korczak, was “the starting point for equal rights among children, for constitutional regulation, and for an explicit declaration of children’s rights” (1976, p. 286). Judges were elected from children aged 12 to 14 who had not been involved in disputes the previous week. The core rule was that forgiveness was always better, while still upholding order. Articles 1–99 of the court’s statute contained no crimes at all. Articles 100–1000 (in increments of 100) described a gradual series of reprimands and penalties up to expulsion (Article 1000), something that only happened four times in forty years. This court, which even Korczak himself had to appear before five times, addressed about 3500 cases in two years.
A weekly internal newspaper was considered an educational tool of incalculable value, and its absence would mean marching aimlessly, without order or hope. These were pamphlets published weekly containing agreements, issues, and complaints written as notes, articles, or editorials, and read aloud each week. In addition to this forum, a mailbox was provided where children could deposit written questions, requests, complaints, apologies, or demands addressed to educators, teaching them to wait for a response, to distinguish what should or should not be put in writing, and to express themselves with justification. Alongside these key elements, many other educational devices were used: shelves stocked with dictionaries, city maps, and games for free use; a library with children’s notebooks; a lost-and-found cabinet to recover sentimental trinkets; a “knickknack shop” with items for sale, loan, or free use; and a bulletin board for announcements.
Intellectual legacy
Trained as a pediatrician, Korczak broadened his knowledge through study visits abroad. He repeatedly described himself as an avid reader, citing numerous authors who influenced him deeply: Rousseau, Pestalozzi, Fröbel, Makarenko, Montessori (his contemporary), Pasteur, Da Vinci, Mendel, Shakespeare, Victor Hugo, Chekhov, and Tagore—whose play The Post Office his children performed in the orphanage just seventeen days before being deported to Treblinka. To this academic and literary foundation, Korczak added his scientific spirit and keen observational skills. His works abound in reflections drawn from a careful and methodical engagement with his experiences, often based on seemingly trivial or routine facts. To see and to record, as a method of better understanding human beings—in their physical, social, educational, or psychological dimensions—and of better understanding himself.
Thank you, Old Doctor, for living so intensely and so consistently in the service of the full development of every child, every girl and boy, every human being with whom you crossed paths. As you said, the difficult thing is not to die for an idea, but to live for it.
*Torre Puente, J.C. (2024), Janusz Korczak, educador. Revista Padres y Maestros, n. 400, p.55-66
Dr. Juan Carlos Torre Puente
ESCUNI, Centro de Enseñanza Superior (Madrid)